domingo, 3 de agosto de 2014
Tortugas y cronopios
Ahora pasa que las tortugas son grandes admiradoras de la velocidad, como es natural.
Las esperanzas lo saben, y no se preocupan.
Los famas lo saben, y se burlan.
Los cronopios lo saben, y cada vez que encuentran una tortuga, sacan la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga dibujan una golondrina.
Julio Cortázar
Flor y cronopio
Un cronopio encuentra una flor solitaria en medio de los campos. Primero la va a arrancar, pero piensa que es una crueldad inútil y se pone de rodillas a su lado y juega alegremente con la flor, a saber: le acaricia los pétalos, la sopla para que baile, zumba como una abeja, huele su perfume, y finalmente se acuesta debajo de la flor y se duerme envuelto en una gran paz.
La flor piensa: "Es como una flor".
Julio Cortázar
martes, 30 de julio de 2013
viernes, 17 de octubre de 2008
La muy perra
Me siguen fascinando las mujeres poetas. Esa manera de decir las cosas de manera directa, sin ocultar los sentimientos en palabras bonitas sólo puede ser femenina.
Va un poema que recién llega a mis manos, a ver qué les parece.
Rebeca.
****************************************************************
La muy perra
de Piedad Bonnett
En ciertas ocasiones
la vida nos demanda mezquindad
Es - pareciera decirnos -
un acto de justicia
una manera sana
de respirar en medio del fastidio
de no ofrecer la otra mejilla
Pero
¿qué tal si optamos por la benevolencia
por ir limpios y ufanos
celestiales?
Innobles son los tratos que la vida propone
Escoge
- nos ladra la muy perra -
entre tu bilis negra y tu soberbia
(Inédito)
Va un poema que recién llega a mis manos, a ver qué les parece.
Rebeca.
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La muy perra
de Piedad Bonnett
En ciertas ocasiones
la vida nos demanda mezquindad
Es - pareciera decirnos -
un acto de justicia
una manera sana
de respirar en medio del fastidio
de no ofrecer la otra mejilla
Pero
¿qué tal si optamos por la benevolencia
por ir limpios y ufanos
celestiales?
Innobles son los tratos que la vida propone
Escoge
- nos ladra la muy perra -
entre tu bilis negra y tu soberbia
(Inédito)
lunes, 9 de julio de 2007
Poema de cumpleaños
En pocos días será mi cumpleaños, y Raúl, siempre amante y detallista, me ha dedicado los poemas que comparto ahora con ustedes, escritos en tinta y papel por los poetas brasileños Vinicius de Moraes y Carlos Drummond de Andrade, y en nuestros corazones por el tiempo y las historias compartidas.
Rebeca.
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POEMA DE CUMPLEAÑOS
Porque has cumplido años, Amada, y el ala del tiempo ha rozado tus cabellos, y tus grandes ojos tranquilos han mirado por un momento el inescrutable Norte…
Yo quisiera darte, junto a los besos y a las rosas, todo lo que nunca un hombre le ha dado a su Amada, yo que tan poco puedo ofrecerte. Quisiera darte, por ejemplo, el instante en que nací, señalado por la fatalidad de tu llegada. Verías entonces, en mí, en la transparencia de mi pecho, la sombra de tu forma anterior a ti misma.
Quisiera darte también el mar donde nadé de pequeño, el tranquilo mar de isla donde me perdía, donde me sumergía y donde encontraba la forma elemental de todo lo que existe en el espacio: estrellas muertas, meteoritos hundidos, el plancton de las galaxias, la placenta del infinito.
Y todavía más, quisiera darte mis locas carreras sin tino, en premonitoria búsqueda de tus brazos, y la voluntad de escalar cualquier altura, y traspasar todo lo prohibido, y los elásticos saltos de danza para alcanzar hojas, aves, estrellas… y a ti misma, luminosa Lucina, que derramas claridad en mí cuando niño.
Ah, si pudiera darte mi primer miedo y mi primera valentía; mi primer miedo a la oscuridad y mi primera valentía para afrontarla, y el primer escalofrío sentido al ser rozado levemente por la mano invisible de la Muerte.
Y qué no daría por ofrecerte el instante en que, yaciente y solitario en el mundo, mientras sonaba en oración el gregoriano de la noche, vi tu forma emerger de mi regazo, y si me esfuerzo, inmensa ondina arqueada la veo desprenderse de mí; y yo te parí gritando, en mitad de temporales desencadenados, roto y sucio del polvo de la tierra.
Me gustaría darte, Enamorada, aquella madrugada en que, por primera vez, las blancas moléculas del papel ante mí se dilataron frente al misterio de la poesía súbitamente incorporada; y entregarla con todo lo silencioso e inefable que ella contenía: el pasmo de las estrellas, el mudo asombro de las casas, el murmullo místico de los árboles acariciándose bajo la luna.
Y también el instante anterior a tu llegada, cuando, esperándote llegar, te recordé adolescente en aquella misma ciudad donde te reencontré años después; y la certeza que tuve, al mirarte, de la insigne fatalidad de nuestro encuentro, y de que estaba, al mismo tiempo, perdido y salvado.
Quisiera darte, sobre todo, Amada mía, el instante de mi muerte; y que también fuera el instante de tu muerte, de forma que nosotros, separados en vida durante tanto tiempo, viviésemos en nuestro final una sola eternidad; y que nuestros cuerpos fueran embalsamados y sepultados juntos y encima de la tierra; y que todos aquellos que van a amarse pudieran ir a mirarnos en nuestro último lecho; y que sobre nuestra lápida común yaciera la estatua de un hombre pariendo una mujer de su regazo; y que por epitafio solo figuraran estos versos de la canción que te he dedicado:
…duerme, que así
Dormirás un día
En mi poesía
Un sueño sin fin…
Vinicius de Moraes.
TÚ MI MUNDO MI RELOJ DE NO MARCAR HORAS
Tú mi mundo mi reloj de no marcar horas; de olvidarlas.
Tú mi andar mi aire mi comer mi descomer. Mi paz de espadas encendidas. Mi sueño festivo mi despertar entre ruedas de fuego artificiales. Mi baño caliente tibio frío caliente abrazando. Mi piel total. Mis uñas afiladas aceradas aciduladas. Mi sabor a veneno. Mis cartas marcadas que se desmarcan y vuelan. Mi suplicio. Mi mansa onza moteada saltando. Mi saliva mi lengua paseante posesiva mi refrotar de barriga contra barriga. Mi perderme entre pelos algas aguas ardores. Mi pene sumergido. Túnel cueva cueva cueva cada vez más honda más estrecha más más. Mis gemidos gritos aullidos ayes relinchos resuellos ah oh ay uy mmm aah mi evaporación mi suicidio gozoso glorioso.
Carlos Drummond de Andrade
Rebeca.
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POEMA DE CUMPLEAÑOS
Porque has cumplido años, Amada, y el ala del tiempo ha rozado tus cabellos, y tus grandes ojos tranquilos han mirado por un momento el inescrutable Norte…
Yo quisiera darte, junto a los besos y a las rosas, todo lo que nunca un hombre le ha dado a su Amada, yo que tan poco puedo ofrecerte. Quisiera darte, por ejemplo, el instante en que nací, señalado por la fatalidad de tu llegada. Verías entonces, en mí, en la transparencia de mi pecho, la sombra de tu forma anterior a ti misma.
Quisiera darte también el mar donde nadé de pequeño, el tranquilo mar de isla donde me perdía, donde me sumergía y donde encontraba la forma elemental de todo lo que existe en el espacio: estrellas muertas, meteoritos hundidos, el plancton de las galaxias, la placenta del infinito.
Y todavía más, quisiera darte mis locas carreras sin tino, en premonitoria búsqueda de tus brazos, y la voluntad de escalar cualquier altura, y traspasar todo lo prohibido, y los elásticos saltos de danza para alcanzar hojas, aves, estrellas… y a ti misma, luminosa Lucina, que derramas claridad en mí cuando niño.
Ah, si pudiera darte mi primer miedo y mi primera valentía; mi primer miedo a la oscuridad y mi primera valentía para afrontarla, y el primer escalofrío sentido al ser rozado levemente por la mano invisible de la Muerte.
Y qué no daría por ofrecerte el instante en que, yaciente y solitario en el mundo, mientras sonaba en oración el gregoriano de la noche, vi tu forma emerger de mi regazo, y si me esfuerzo, inmensa ondina arqueada la veo desprenderse de mí; y yo te parí gritando, en mitad de temporales desencadenados, roto y sucio del polvo de la tierra.
Me gustaría darte, Enamorada, aquella madrugada en que, por primera vez, las blancas moléculas del papel ante mí se dilataron frente al misterio de la poesía súbitamente incorporada; y entregarla con todo lo silencioso e inefable que ella contenía: el pasmo de las estrellas, el mudo asombro de las casas, el murmullo místico de los árboles acariciándose bajo la luna.
Y también el instante anterior a tu llegada, cuando, esperándote llegar, te recordé adolescente en aquella misma ciudad donde te reencontré años después; y la certeza que tuve, al mirarte, de la insigne fatalidad de nuestro encuentro, y de que estaba, al mismo tiempo, perdido y salvado.
Quisiera darte, sobre todo, Amada mía, el instante de mi muerte; y que también fuera el instante de tu muerte, de forma que nosotros, separados en vida durante tanto tiempo, viviésemos en nuestro final una sola eternidad; y que nuestros cuerpos fueran embalsamados y sepultados juntos y encima de la tierra; y que todos aquellos que van a amarse pudieran ir a mirarnos en nuestro último lecho; y que sobre nuestra lápida común yaciera la estatua de un hombre pariendo una mujer de su regazo; y que por epitafio solo figuraran estos versos de la canción que te he dedicado:
…duerme, que así
Dormirás un día
En mi poesía
Un sueño sin fin…
Vinicius de Moraes.
TÚ MI MUNDO MI RELOJ DE NO MARCAR HORAS
Tú mi mundo mi reloj de no marcar horas; de olvidarlas.
Tú mi andar mi aire mi comer mi descomer. Mi paz de espadas encendidas. Mi sueño festivo mi despertar entre ruedas de fuego artificiales. Mi baño caliente tibio frío caliente abrazando. Mi piel total. Mis uñas afiladas aceradas aciduladas. Mi sabor a veneno. Mis cartas marcadas que se desmarcan y vuelan. Mi suplicio. Mi mansa onza moteada saltando. Mi saliva mi lengua paseante posesiva mi refrotar de barriga contra barriga. Mi perderme entre pelos algas aguas ardores. Mi pene sumergido. Túnel cueva cueva cueva cada vez más honda más estrecha más más. Mis gemidos gritos aullidos ayes relinchos resuellos ah oh ay uy mmm aah mi evaporación mi suicidio gozoso glorioso.
Carlos Drummond de Andrade
domingo, 20 de mayo de 2007
La canción del albatros
Máximo Gorki.
Sobre la nívea llanura del mar, el viento amontona las nubes. Entre las nubes y el mar vuela orgulloso el albatros, semejante a un relámpago negro.
Ya rozando las olas con sus alas, ya atravesando las nubes como una flecha, el albatros no cesa de gritar. Y las nubes escuchan un himno de alegría en los gritos audaces del ave.
¡Esos gritos expresan su sed de tempestad!
Las nubes perciben en estos gritos la fuerza de la cólera, la llama de la pasión y la seguridad de la victoria.
Las gaviotas gimen ante la tempestad, gimen y se balancean sobre las olas, buscando esconder en el fondo del mar su horror ante la tempestad. Los somormujos también gimen. Para ellos no es dable concebir la delicia del combate por la vida, y el retumbo de las olas les asusta. El tonto pingüino esconde tímidamente su cuerpo pesado entre las rocas. Tan sólo el albatros, orgulloso, vuela libre y soberano sobre el mar, cubierto de blanquísimas espumas.
Se oye el retumbo del trueno. Gimen las olas coronadas de espuma, en pugna formidable con el viento. De pronto, he aquí que el viento ciñe la procesión de las olas con sus robustos brazos, y colérico las arroja con todas sus fuerzas contra los duros peñascos, donde las masas líquidas se hacen polvo y se rompen en salpicaduras de esmeralda.
El albatros, más hermoso todavía, entre gritos rubrica el espacio, y como una flecha se hunde en el seno de las nubes rozando las crestas espumosas de las olas con sus alas. El albatros vuela como un demonio – el orgulloso y negro demonio de la tempestad- y solloza y grita. El albatros ríe de las nubes tempestuosas, sollozando de alegría. El albatros –atento demonio- ya percibe la fatiga de la cólera del trueno y adivina que las nubes no podrán ocultar ya más por el completo el sol. ¡No, no lo ocultarán!
El viento aúlla; retumba el trueno… Como una llama azul, las bandadas de nubes flamean sobre los abismos del mar. El mar aprisiona las flechas de los relámpagos y las hunde en sus abismos. Y como si fuesen serpientes de fuego, los relámpagos se tuercen y se apagan.
¡La tempestad! ¡Pronto tronará la tempestad!
Y así, más hermoso todavía, el orgulloso albatros vuela soberano y atrevido entre una fiesta de relámpagos, sobre el mar, que coléricamente retumba.
Y el profeta de la victoria grita:
-¡Qué ruja la tempestad! ¡Más fuerte todavía!
Lectura en voz alta, Arreola Juan José
Sobre la nívea llanura del mar, el viento amontona las nubes. Entre las nubes y el mar vuela orgulloso el albatros, semejante a un relámpago negro.
Ya rozando las olas con sus alas, ya atravesando las nubes como una flecha, el albatros no cesa de gritar. Y las nubes escuchan un himno de alegría en los gritos audaces del ave.
¡Esos gritos expresan su sed de tempestad!
Las nubes perciben en estos gritos la fuerza de la cólera, la llama de la pasión y la seguridad de la victoria.
Las gaviotas gimen ante la tempestad, gimen y se balancean sobre las olas, buscando esconder en el fondo del mar su horror ante la tempestad. Los somormujos también gimen. Para ellos no es dable concebir la delicia del combate por la vida, y el retumbo de las olas les asusta. El tonto pingüino esconde tímidamente su cuerpo pesado entre las rocas. Tan sólo el albatros, orgulloso, vuela libre y soberano sobre el mar, cubierto de blanquísimas espumas.
Se oye el retumbo del trueno. Gimen las olas coronadas de espuma, en pugna formidable con el viento. De pronto, he aquí que el viento ciñe la procesión de las olas con sus robustos brazos, y colérico las arroja con todas sus fuerzas contra los duros peñascos, donde las masas líquidas se hacen polvo y se rompen en salpicaduras de esmeralda.
El albatros, más hermoso todavía, entre gritos rubrica el espacio, y como una flecha se hunde en el seno de las nubes rozando las crestas espumosas de las olas con sus alas. El albatros vuela como un demonio – el orgulloso y negro demonio de la tempestad- y solloza y grita. El albatros ríe de las nubes tempestuosas, sollozando de alegría. El albatros –atento demonio- ya percibe la fatiga de la cólera del trueno y adivina que las nubes no podrán ocultar ya más por el completo el sol. ¡No, no lo ocultarán!
El viento aúlla; retumba el trueno… Como una llama azul, las bandadas de nubes flamean sobre los abismos del mar. El mar aprisiona las flechas de los relámpagos y las hunde en sus abismos. Y como si fuesen serpientes de fuego, los relámpagos se tuercen y se apagan.
¡La tempestad! ¡Pronto tronará la tempestad!
Y así, más hermoso todavía, el orgulloso albatros vuela soberano y atrevido entre una fiesta de relámpagos, sobre el mar, que coléricamente retumba.
Y el profeta de la victoria grita:
-¡Qué ruja la tempestad! ¡Más fuerte todavía!
Lectura en voz alta, Arreola Juan José
martes, 3 de abril de 2007
Los cuentos más cortos
Comparto tres cuentitos: el primero es considerado "el más corto del mundo", el segundo "el cuento de horror más corto del mundo" y el tercero, bueno, es uno que descubrí hace algún tiempo, y me encanta. A ver qué les parecen.
El dinosaurio
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Augusto Monterroso.
Knock
The last man on heart sat alone in a room. There was a knock on the door.
Fredric Brown
Una fábula
Un caracol quería volverse águila. Salió de su concha, trató muchas veces de lanzarse al aire, y cada vez fracasó. Entonces decidió volver a su concha. Pero ya no cabía, pues habían empezado a crecerle alas.
Mariana Frenk
El dinosaurio
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Augusto Monterroso.
Knock
The last man on heart sat alone in a room. There was a knock on the door.
Fredric Brown
Una fábula
Un caracol quería volverse águila. Salió de su concha, trató muchas veces de lanzarse al aire, y cada vez fracasó. Entonces decidió volver a su concha. Pero ya no cabía, pues habían empezado a crecerle alas.
Mariana Frenk
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