lunes, 1 de diciembre de 2014

Cómo ocurrió

De Isaac Asimov




 Mi hermano empezó a dictar en su mejor estilo oratorio, ése que hace que las tribus se queden aleladas ante sus palabras.
-En el principio -dijo-, exactamente hace quince mil doscientos millones de años, hubo una gran explosión, y el universo...
Pero yo había dejado de escribir.
-¿Hace quince mil doscientos millones de años? -pregunté, incrédulo.
-Exactamente -dijo-. Estoy inspirado.
-No pongo en duda tu inspiración -aseguré. (Era mejor que no lo hiciera. Él es tres años más joven que yo, pero jamás he intentado poner en duda su inspiración. Nadie más lo hace tampoco, o de otro modo las cosas se ponen feas.)-. Pero, ¿vas a contar la historia de la Creación a lo largo de un periodo de más de quince mil millones de años?
-Tengo que hacerlo. Ése es el tiempo que llevo. Lo tengo todo aquí dentro -dijo, palmeándose la frente-, y procede de la más alta autoridad.
Para entonces yo había dejado el estilo sobre la mesa.
-¿Sabes cuál es el precio del papiro?- dije.
-¿Qué?
Puede que esté inspirado, pero he notado con frecuencia que su inspiración no incluye asuntos tan sórdidos como el precio del papiro.
-Supongamos que describes un millón de años de acontecimientos en cada rollo de papiro. Eso significa que vas a tener que llenar quince mil rollos. Tendrás que hablar mucho para llenarlos, y sabes que empiezas a tartamudear al poco rato. Yo tendré que escribir lo bastante como para llenarlos, y los dedos se me acabaran cayendo. Además, aunque podamos comprar todo ese papiro, y tu tengas la voz y la fuerza suficientes, ¿quién va a copiarlo? Hemos de tener garantizados un centenar de ejemplares antes de poder publicarlo, y en esas condiciones, ¿cómo vamos a obtener derechos de autor?
Mi hermano pensó durante un rato. Luego dijo:
-¿Crees que deberíamos acortarlo un poco?
-Mucho -puntualicé, si esperas llegar al gran público.
-¿Qué te parecen cien años?
-¿Qué te parecen seis días?
-No puedes comprimir la Creación en sólo seis días -dijo, horrorizado.
-Ése es todo el papiro de que dispongo -le aseguré-. Bien, ¿qué dices?
-Oh, está bien -concedió, y empezó a dictar de nuevo-. En el principio...
-¿De veras han de ser solo seis días, Aaron?
- Seis días, Moisés -dije firmemente.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Al final del viaje



Al final del viaje

                                           Alberto Garzón González


Y llegará algún día…
Tal vez en el minuto en que no la presienta
y acaso no la sueñe
ni la quiera.
Pero vendrá…
No habrá fuerza capaz de retenerla
y en una tarde, -o en una tibia noche
de núbil primavera-,
llamará con tres golpes
a mi puerta.

Penetrará en mi estancia
y no podré ofrecerla
ni el fuego de una lágrima
que al caer en mi copa se convierta
en el milagro rítmico
de las ondas concéntricas;
porque hace mucho… mucho que no lloro
y en los ojos, no tengo ya esa fuente de terneza.

Acaso una sonrisa,
una sonrisa convertida en mueca,
será la bienvenida
que la ofrezca…

Nos miraremos hondo y sin cruzar palabras,
unidos marcharemos por la senda,
hasta llegar al punto misterioso
en donde se une el cielo con la tierra;
donde el polvo del Cosmos
se convierte en luciérnagas
y son pequeñas cruces siderales
el alma de cristal de las libélulas.

Y será el fin del viaje…
Ya no habrá más espera…
Se librará mi espíritu
de la inútil materia…
Y, entonces,
mi silente compañera
que sabe de mis ansias de poeta,
dejará que cincele madrigales
en el diamante azul de las estrellas.

sábado, 4 de octubre de 2014

Desde el muro de Benito Taibo



El libro que marcó mi vida


                         Benito Taibo


Un libro que sin duda alguna cambió mi vida, y seguramente la de muchos de mi generación, fue el Álgebra de Baldor.

     Tengo una hernia discal desde el año 1975 que no he podido superar.

     Y a veces, cuando tengo pesadillas, veo a los ojos negros del matemático persa Abu Abdallah ibn Musa al-Jwarizmi que me mira desde la portada, sabedor de que no entendí nada de nada.

     Y me dice una y otra vez mientras sonríe malévolamente:

     - Güey, nunca podrás despejar la incógnita.


domingo, 3 de agosto de 2014

Tortugas y cronopios





Ahora pasa que las tortugas son grandes admiradoras de la velocidad, como es natural.

Las esperanzas lo saben, y no se preocupan.

Los famas lo saben, y se burlan.

Los cronopios lo saben, y cada vez que encuentran una tortuga, sacan la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga dibujan una golondrina.


                                    Julio Cortázar

Flor y cronopio


     Un cronopio encuentra una flor solitaria en medio de los campos. Primero la va a arrancar, pero piensa que es una crueldad inútil y se pone de rodillas a su lado y juega alegremente con la flor, a saber:  le acaricia los pétalos, la sopla para que baile, zumba como una abeja, huele su perfume, y finalmente se acuesta debajo de la flor y se duerme envuelto en una gran paz.

     La flor piensa: "Es como una flor".

                                 Julio Cortázar