Al
final del viaje
Y llegará algún día…
Tal vez en el minuto en que no la presienta
y acaso no la sueñe
ni la quiera.
Pero vendrá…
No habrá fuerza capaz de retenerla
y en una tarde, -o en una tibia noche
de núbil primavera-,
llamará con tres golpes
a mi puerta.
Penetrará en mi estancia
y no podré ofrecerla
ni el fuego de una lágrima
que al caer en mi copa se convierta
en el milagro rítmico
de las ondas concéntricas;
porque hace mucho… mucho que no lloro
y en los ojos, no tengo ya esa fuente de terneza.
Acaso una sonrisa,
una sonrisa convertida en mueca,
será la bienvenida
que la ofrezca…
Nos miraremos hondo y sin cruzar palabras,
unidos marcharemos por la senda,
hasta llegar al punto misterioso
en donde se une el cielo con la tierra;
donde el polvo del Cosmos
se convierte en luciérnagas
y son pequeñas cruces siderales
el alma de cristal de las libélulas.
Y será el fin del viaje…
Ya no habrá más espera…
Se librará mi espíritu
de la inútil materia…
Y, entonces,
mi silente compañera
que sabe de mis ansias de poeta,
dejará que cincele madrigales
en el diamante azul de las estrellas.
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