jueves, 6 de noviembre de 2014

Al final del viaje



Al final del viaje

                                           Alberto Garzón González


Y llegará algún día…
Tal vez en el minuto en que no la presienta
y acaso no la sueñe
ni la quiera.
Pero vendrá…
No habrá fuerza capaz de retenerla
y en una tarde, -o en una tibia noche
de núbil primavera-,
llamará con tres golpes
a mi puerta.

Penetrará en mi estancia
y no podré ofrecerla
ni el fuego de una lágrima
que al caer en mi copa se convierta
en el milagro rítmico
de las ondas concéntricas;
porque hace mucho… mucho que no lloro
y en los ojos, no tengo ya esa fuente de terneza.

Acaso una sonrisa,
una sonrisa convertida en mueca,
será la bienvenida
que la ofrezca…

Nos miraremos hondo y sin cruzar palabras,
unidos marcharemos por la senda,
hasta llegar al punto misterioso
en donde se une el cielo con la tierra;
donde el polvo del Cosmos
se convierte en luciérnagas
y son pequeñas cruces siderales
el alma de cristal de las libélulas.

Y será el fin del viaje…
Ya no habrá más espera…
Se librará mi espíritu
de la inútil materia…
Y, entonces,
mi silente compañera
que sabe de mis ansias de poeta,
dejará que cincele madrigales
en el diamante azul de las estrellas.

sábado, 4 de octubre de 2014

Desde el muro de Benito Taibo



El libro que marcó mi vida


                         Benito Taibo


Un libro que sin duda alguna cambió mi vida, y seguramente la de muchos de mi generación, fue el Álgebra de Baldor.

     Tengo una hernia discal desde el año 1975 que no he podido superar.

     Y a veces, cuando tengo pesadillas, veo a los ojos negros del matemático persa Abu Abdallah ibn Musa al-Jwarizmi que me mira desde la portada, sabedor de que no entendí nada de nada.

     Y me dice una y otra vez mientras sonríe malévolamente:

     - Güey, nunca podrás despejar la incógnita.


domingo, 3 de agosto de 2014

Tortugas y cronopios





Ahora pasa que las tortugas son grandes admiradoras de la velocidad, como es natural.

Las esperanzas lo saben, y no se preocupan.

Los famas lo saben, y se burlan.

Los cronopios lo saben, y cada vez que encuentran una tortuga, sacan la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga dibujan una golondrina.


                                    Julio Cortázar

Flor y cronopio


     Un cronopio encuentra una flor solitaria en medio de los campos. Primero la va a arrancar, pero piensa que es una crueldad inútil y se pone de rodillas a su lado y juega alegremente con la flor, a saber:  le acaricia los pétalos, la sopla para que baile, zumba como una abeja, huele su perfume, y finalmente se acuesta debajo de la flor y se duerme envuelto en una gran paz.

     La flor piensa: "Es como una flor".

                                 Julio Cortázar

martes, 30 de julio de 2013

Bienvenida

Encontrarán lecturas fabulosas!

viernes, 17 de octubre de 2008

La muy perra

Me siguen fascinando las mujeres poetas. Esa manera de decir las cosas de manera directa, sin ocultar los sentimientos en palabras bonitas sólo puede ser femenina.
Va un poema que recién llega a mis manos, a ver qué les parece.

Rebeca.

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La muy perra

de Piedad Bonnett

En ciertas ocasiones
la vida nos demanda mezquindad

Es - pareciera decirnos -
un acto de justicia

una manera sana
de respirar en medio del fastidio

de no ofrecer la otra mejilla

Pero
¿qué tal si optamos por la benevolencia

por ir limpios y ufanos
celestiales?

Innobles son los tratos que la vida propone
Escoge
- nos ladra la muy perra -
entre tu bilis negra y tu soberbia

(Inédito)

lunes, 9 de julio de 2007

Poema de cumpleaños

En pocos días será mi cumpleaños, y Raúl, siempre amante y detallista, me ha dedicado los poemas que comparto ahora con ustedes, escritos en tinta y papel por los poetas brasileños Vinicius de Moraes y Carlos Drummond de Andrade, y en nuestros corazones por el tiempo y las historias compartidas.

Rebeca.

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POEMA DE CUMPLEAÑOS

Porque has cumplido años, Amada, y el ala del tiempo ha rozado tus cabellos, y tus grandes ojos tranquilos han mirado por un momento el inescrutable Norte…

Yo quisiera darte, junto a los besos y a las rosas, todo lo que nunca un hombre le ha dado a su Amada, yo que tan poco puedo ofrecerte. Quisiera darte, por ejemplo, el instante en que nací, señalado por la fatalidad de tu llegada. Verías entonces, en mí, en la transparencia de mi pecho, la sombra de tu forma anterior a ti misma.

Quisiera darte también el mar donde nadé de pequeño, el tranquilo mar de isla donde me perdía, donde me sumergía y donde encontraba la forma elemental de todo lo que existe en el espacio: estrellas muertas, meteoritos hundidos, el plancton de las galaxias, la placenta del infinito.

Y todavía más, quisiera darte mis locas carreras sin tino, en premonitoria búsqueda de tus brazos, y la voluntad de escalar cualquier altura, y traspasar todo lo prohibido, y los elásticos saltos de danza para alcanzar hojas, aves, estrellas… y a ti misma, luminosa Lucina, que derramas claridad en mí cuando niño.

Ah, si pudiera darte mi primer miedo y mi primera valentía; mi primer miedo a la oscuridad y mi primera valentía para afrontarla, y el primer escalofrío sentido al ser rozado levemente por la mano invisible de la Muerte.

Y qué no daría por ofrecerte el instante en que, yaciente y solitario en el mundo, mientras sonaba en oración el gregoriano de la noche, vi tu forma emerger de mi regazo, y si me esfuerzo, inmensa ondina arqueada la veo desprenderse de mí; y yo te parí gritando, en mitad de temporales desencadenados, roto y sucio del polvo de la tierra.

Me gustaría darte, Enamorada, aquella madrugada en que, por primera vez, las blancas moléculas del papel ante mí se dilataron frente al misterio de la poesía súbitamente incorporada; y entregarla con todo lo silencioso e inefable que ella contenía: el pasmo de las estrellas, el mudo asombro de las casas, el murmullo místico de los árboles acariciándose bajo la luna.

Y también el instante anterior a tu llegada, cuando, esperándote llegar, te recordé adolescente en aquella misma ciudad donde te reencontré años después; y la certeza que tuve, al mirarte, de la insigne fatalidad de nuestro encuentro, y de que estaba, al mismo tiempo, perdido y salvado.

Quisiera darte, sobre todo, Amada mía, el instante de mi muerte; y que también fuera el instante de tu muerte, de forma que nosotros, separados en vida durante tanto tiempo, viviésemos en nuestro final una sola eternidad; y que nuestros cuerpos fueran embalsamados y sepultados juntos y encima de la tierra; y que todos aquellos que van a amarse pudieran ir a mirarnos en nuestro último lecho; y que sobre nuestra lápida común yaciera la estatua de un hombre pariendo una mujer de su regazo; y que por epitafio solo figuraran estos versos de la canción que te he dedicado:

…duerme, que así
Dormirás un día
En mi poesía
Un sueño sin fin…


Vinicius de Moraes.



TÚ MI MUNDO MI RELOJ DE NO MARCAR HORAS


Tú mi mundo mi reloj de no marcar horas; de olvidarlas.
Tú mi andar mi aire mi comer mi descomer. Mi paz de espadas encendidas. Mi sueño festivo mi despertar entre ruedas de fuego artificiales. Mi baño caliente tibio frío caliente abrazando. Mi piel total. Mis uñas afiladas aceradas aciduladas. Mi sabor a veneno. Mis cartas marcadas que se desmarcan y vuelan. Mi suplicio. Mi mansa onza moteada saltando. Mi saliva mi lengua paseante posesiva mi refrotar de barriga contra barriga. Mi perderme entre pelos algas aguas ardores. Mi pene sumergido. Túnel cueva cueva cueva cada vez más honda más estrecha más más. Mis gemidos gritos aullidos ayes relinchos resuellos ah oh ay uy mmm aah mi evaporación mi suicidio gozoso glorioso.


Carlos Drummond de Andrade